Las cajas de ahorros están tan poco politizadas y tan escasamente mediatizadas por el poder que hace apenas dos meses el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, le «ordenó» al de la Caja de Granada, apostrofándolo con el dedo índice de su mano derecha, que bajo ningún concepto se le ocurriese concurrir a la subasta de Cajasur. Griñán quería que la intervenida —por el Banco de España— entidad cordobesa fuese adquirida por Unicaja y Cajasol, al alimón, para crear una «gran caja» andaluza de la que Granada ya se había desmarcado al suscribir una fusión fría con varias socias del arco mediterráneo. Fusión que la Junta también trató de impedir, por cierto, amenazando con vetarla para acabar envainándose la amenaza por temor a las reacciones localistas habituales en el mapa político andaluz. Cajagranada optó por no crear problemas en una puja en la que no era bienvenida, pero Unicaja y Cajasol (Málaga y Sevilla) no lograron un acuerdo para acudir juntas. Resultado de la eficiente gestión financiera de Griñán: ayer una entidad vasca, BBK, se adjudicó Cajasur por decisión del máximo supervisor bancario, impermeable a las presiones políticas que ha recibido en los últimos meses. O quizá no tanto: la oferta de BBK era la mejor pero puede que el Banco de España haya optado simplemente por «otra» opción política. La que mejor conviene a los intereses de un Gobierno interesado en obtener el apoyo del PNV a los Presupuestos Generales del Estado.
De un modo u otro, el fracaso de Griñán no tiene paliativos. Sin eludir inmiscuirse de lleno en una batalla descarnada por la dirección política de las cajas —ésa con la que se dice que va a acabar la nueva ley reguladora; ya veremos, se admiten apuestas—, sólo ha obtenido en ella una colección de calabazas. Calabazas de Caja Granada, renuente a colaborar en su proyecto intervencionista. Calabazas de las dos cajas bajo su teórico control, Sevilla y Málaga, reacias a superar sus recelos y rivalidades. Y calabazas finales de un Banco de España al que ha presionado con tan poco pudor como escaso éxito. ¿Se puede hacer peor? Se puede: previamente a todo este lío, la Junta vetó una fusión de Cajasur con Cajamurcia que hubiese salvado a la entidad cordobesa. Pero el lúcido presidente andaluz —lúcido hasta que llegó a la Presidencia— no quería soltar el control de un feudo financiero fuera de sus territorios, y menos si ese control acababa en manos de una comunidad gobernada por el PP. Balance final: Cajasur no será murciana, pero será euskaldun.
Ahora no le quedan a la Junta más bazas que calzar aunque sea a martillazos la fusión de las dos cajas que restan bajo su teórica obediencia, cajas cuya incompatibilidad parcial es manifiesta: habrá que cerrar cientos de oficinas y amortizar miles de empleos. He ahí lo que se llama una gestión gloriosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario