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domingo, 25 de julio de 2010

La guerra de Afganistán no es algo en lo que Estados Unidos quería verse implicado (Gary Leupp)

Prácticamente todos comprenden ahora que la guerra en Afganistán va muy mal. No se debe a que los talibanes y otras fuerzas “insurgentes” sean muy fuertes y sus enemigos extranjeros débiles. Es porque el indomable espíritu de independencia de los afganos sólo es intensificado con cada muerte civil debida a incursiones o bombas contra las casas.

El presidente del Partido Republicano, Michael Steele dice: “Esta guerra no es algo en lo que EE.UU. quería verse implicado”. Pero debería estar claro cómo llegamos a este punto. Y ya que algunas veces olvidamos que numerosos desmanes han llevado a él, y como las desastrosas guerras en Afganistán e Iraq forman parte de una secuencia continua, quisiera resumirla.

Después del 11-S el régimen de Bush decidió utilizar el cambio de las circunstancias (el clima de miedo y hasta cierto punto la islamofobia) para invadir Iraq. Ya quería hacerlo desde un cierto tiempo. A comienzos de 1999 dijo al hombre que quería escribir su autobiografía: “Una de las claves para ser considerado como un gran líder es ser visto como comandante en jefe. Todo el capital político de mi padre aumentó cuando expulsó a los iraquíes de Kuwait y él lo desperdició. Si tengo la posibilidad de invadir –si yo tuviera tanto capital, no voy a desperdiciarlo. Voy a hacer que suceda todo lo que quiera que suceda y voy a tener una presidencia exitosa.”

Pero primero tenía que invadir Afganistán, algo mucho más fácil de explicar al pueblo estadounidense como una guerra necesaria. (¡Fuimos atacados! ¡Ellos –interpretado ampliamente con el significado de los musulmanes del mundo en general– nos atacaron! ¡Tenemos que defendernos!) Y ya que fuimos atacados por un grupo basado en Afganistán, parecía tener sentido devolver el golpe contra ese país. Incluso el programa de Estudios de Paz y Justicia de mi universidad se inclinó a apoyar la acción militar.

El gobierno talibán que controlaba un 90% de Afganistán había albergado a al-Qaida, en su mayoría saudí, un derivado de los muyahidín organizados por la CIA para combatir una yihad en los años ochenta. Entonces se trataba (como dijo el consejero de seguridad nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski,) “de sangrar a los soviéticos tal como ellos nos sangraron en Vietnam”. Lo que se siembra se cosecha. Osama bin Laden, reclutado por el gobierno saudí para dirigir las fuerzas árabes, trabajó con la CIA y luego se volvió contra EE.UU. cuando estableció bases en el suelo sagrado de su país en 1990 (a fin de atacar Iraq y expulsarlo de Kuwait).

Bush anunció poco después del 11-S que EE.UU. no distinguiría entre terroristas y los que lo patrocinaran y libraría una Guerra contra el Terror a largo plazo. Puede haber calculado que una lógica tan simple atraería a masas atemorizadas y dolientes, y justificaría todo ataque estadounidense contra cualquiera de las naciones en la lista del Departamento de Estado de naciones que apoyaban a terroristas como ser Siria e Irán. Este aparato conceptual fue un producto de neoconservadores como Paul Wolfowitz, nominalmente adjunto de Donald Rumsfeld en el Departamento de Defensa (pero realmente co-secretario), el jefe de gabinete del vicepresidente “Scooter” Libby, el presidente del Consejo de Política de la Defensa, Richard Perle, y una pequeña cantidad de otros personajes que se presentaron con otros puntos de conversación como “No queremos que la evidencia concreta sea una nube en forma de hongo sobre la Ciudad de Nueva York”. Esos neoconservadores habían dejado en claro hace tiempo que querían un “cambio de régimen” en todo “Gran Oriente Próximo” a fin de beneficiar a Israel. Eso quería decir atacar a Iraq, benefactor de Hamás, Hizbulá y a otros grupos que enfrentaban violentamente al Estado judío.

El petrolero Dick Cheney, con enorme influencia sobre el presidente más joven, vio oportunidades para obtener el control de EE.UU. sobre mucho petróleo de Oriente Próximo. (El Gran Petróleo estaba bien representado en el gabinete de Bush; Bush había sido petrolero, Rumsfeld era un multimillonario petrolero, Condoleeza Rice había estado en el Consejo de Directores de Chevron durante una década.) Cheney no era intelectualmente neoconservador, y es dudoso que Israel le haya preocupado mucho, pero se había alineado con neoconservadores cuyo interés en transformar Oriente Próximo coincidía con el suyo. Cuando, después de la elección robada de 2000, fue designado por George Bush para escoger altos responsables sembró el Departamento de Defensa con neoconservadores y colocó también a algunos dentro del Departamento de Estado, donde a veces enfrentaron a Powell. (Powell dijo a Bob Woodward que Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz dirigieron su propio “gobierno separado” dentro del gobierno y que se resiente amargamente del hecho de que esa cábala lo haya obligado a presentar ese discurso tan repleto de mentiras a la ONU justo antes del ataque contra Iraq.) El subsecretario de Estado John Bolton (más adelante embajador ante la ONU por nombramiento presidencial, después de no conseguir la aprobación por el Congreso) mintió repetidamente sobre Siria para alentar un ataque contra ese Estado árabe.

Desinformaron al país sobre Afganistán e Iraq. La relación entre talibanes y al-Qaida era más compleja de lo que reconocieron. Bin Laden había estado en Afganistán cuando los talibanes llegaron al poder en 1996, después de una larga estadía en Sudán. Sus anfitriones originales eran contrarios a los talibanes. Pero los talibanes permitieron que se quedara y operara sus campos de la época de la guerra antisoviética de los años ochenta porque el código de honor Pashtunwali obliga a mostrar hospitalidad hacia los extranjeros. También había suministrado servicios a los muyahidín, y estuvo dispuesto a ayudar económicamente a los talibanes cuando sólo dos gobiernos (Pakistán y Arabia Saudí) ofrecían ayuda. Pero lo monitorearon después de los atentados contra las embajadas de EE.U. en África Oriental en 1998 y de los ataques de represalia de EE.UU. contra sus campos afganos, y la razón sugeriría que no deseaban más ataques estadounidenses. Sólo dos de los diecinueve secuestradores del 11-S habían sido entrenados en Afganistán. No era claro que la dirigencia de los talibanes haya sabido algo sobre los planes de ataque. (Y existe cierta evidencia de que los talibanes estaban dispuestos a entregar a bin Laden a EE.UU. y que este último declinó la oferta porque había decidido atacar y ocupar Afganistán.)

Los talibanes, que habían llegado rápidamente al poder con ayuda paquistaní y considerable apoyo popular, no se habían opuesto a EE.UU. en general. El afgano-estadounidense y futuro embajador, Zalmay Jalilzad, había agasajado a algunos de sus dirigentes en su rancho en Texas mientras discutían un proyecto de gasoducto de UNOCAL. (El neoconservador Jalilzad escribió un documento de Guía de Planificación de la Defensa junto con “Scooter” Libby bajo la supervisión de Wolfowitz en los años noventa. Mantenido secreto hasta que fue filtrado al New York Times, llamaba a que EE.UU. emprendiera en la era posterior a la Guerra Fría acciones militares preventivas para suprimir potenciales amenazas de otras naciones e impedir que alguna otra nación llegara al estatus de superpotencia. Es llamado “la Doctrina Wolfowitz”.) Responsables y hombres de negocios estadounidenses han esperado hace tiempo que se construya un gasoducto para transportar del Mar Caspio gas de Turkmenistán pasando por Afganistán al Océano Índico. Esto evitaría transportarlo por Rusia o Irán y sería de enorme importancia geoestratégica.

En 1996 Jalilzad había escrito en el Washington Post una columna de opinión en la que declaró: “Los talibanes no practican el estilo de fundamentalismo anti-estadounidense practicado por Irán. Debiéramos…estar dispuestos a ofrecer reconocimiento y ayuda humanitaria y a promover la reconstrucción económica internacional. Es hora de que EE.UU. se vuelva a involucrar” con Afganistán.

EE.UU. nunca reconoció al régimen talibán, que cayó en el oprobio internacional por cosas como las lapidaciones en el estadio de fútbol y la destrucción de cultura afgana como los Budas de Bamiyán. Pero Colin Powell dio a los talibanes un millón de dólares para erradicar las amapolas de opio a comienzos de 2001. Los dirigentes afganos eran musulmanes estrictos y consideraban que muchas formas de ser estadounidenses eran inquietantes e inmorales, pero no tenían motivos para atacar o apoyar un ataque contra EE.UU. No estaban interesados en provocar una guerra global entre el Islam y EE.UU., que es el objetivo aparente de al-Qaida. Estaban preocupados de consolidar su control sobre su propio país, que había sido devastado por la guerra durante décadas. Después de la caída del régimen pro soviético en 1993, las luchas intestinas entre los nuevos gobernantes, incluidas las fuerzas de la Alianza del Norte y las de Gulbudin Hekmatyar entre 1993 y 1996, habían producido más miseria y los talibanes, conocidos por su severa probidad moral, parecían buenos en comparación.

EE.UU. bombardeó campos de bin Laden desde el 7 de octubre de 2001, matando una cantidad desconocida de personas. (Bush sugirió que había decenas de miles de miembros de al-Qaida, aunque algunos en la comunidad de la inteligencia pensaban que más bien eran cientos.) Arrebató fácilmente el poder a los talibanes; era probablemente el régimen más primitivo del mundo, y no pudo organizar una defensa efectiva. Los talibanes evacuaron las principales ciudades a pedido de los ancianos tribales que los llamaron a evitar el derramamiento de sangre.

Las cosas anduvieron bien a corto plazo (a pesar de que bin Laden escapó). Los talibanes se habían ido, y Jalilzad pudo organizar la elección del antiguo contacto de la CIA Hamid Karzai como presidente en junio de 2002. Una vez ocurrido, las tropas fueron enviadas a Kuwait para preparar la invasión de Iraq que comenzó en marzo de 2003. Los neoconservadores deben haberse deleitado ante la manera como el apoyo público para la Guerra Afgana hizo la transición sin problemas hacia un amplio apoyo para su nuevo proyecto muchísimo más importante. Las masas se tragaron sus mentiras sobre Iraq. Fue sólo temporario, pero los neoconservadores saben perfectamente que las mentiras creídas temporariamente sirven su propósito.

Actuando de inmediato, el gobierno argumentó que Sadam Hussein tuvo algo que ver con el 11-S. Fue, declaró, probablemente responsable por los misteriosos ataques con ántrax en septiembre de 2001 y también poseía armas de destrucción masiva en violación del derecho internacional. En su discurso sobre el Estado de la Unión en enero de 2002, Bush anunció que Iraq formaba parte de un “Eje del Mal” que incluía a Iraq, Irán y Corea del Norte. (La expresión es usualmente atribuida al escritor de discursos de Bush David Frum, otro neoconservador.) Pero en realidad esos países no constituían de ninguna manera un “eje”. Iraq e Irán se habían librado una larga guerra en la que EE.UU. apoyó a Iraq en los años ochenta y eran enemigos. (Rumsfeld visitó dos veces Bagdad en su primera tarea como secretario de defensa, dio un apretón de manos a Sadam, y organizó que imágenes satelitales de EE.UU. sobre despliegues de tropas iraníes fueran compartidas con Iraq). Corea del Norte fue agregada para evitar críticas de que la Guerra contra el Terror sólo tenía que ver con ataques de EE.UU. contra naciones musulmanas de Oriente Próximo. Los asesores de Bush sabían que fervientes estadounidenses, vaqueros y cristianos, lo verían como una simple cuestión del Bien contra el Mal, la esencia de la Guerra contra el Terror.

Bush había pedido a su experto en contraterrorismo, Richard A. Clarke, inmediatamente después del 11-S, que encontrara evidencia de complicidad iraquí en los ataques. Clarke dijo que no había encontrado evidencia alguna de contactos significativos entre Iraq y al-Qaida y que el gobierno secular de Iraq era ciertamente enemigo de al-Qaida, suní radical. Clark recordó posteriormente que el presidente solicitó semejante información “de manera muy intimidante”. Pero no encontró nada.

Enfurecido porque el aparato de inteligencia existente no podía suministrar vínculos entre Iraq y el 11-S, el gobierno comenzó a solicitar desinformación que justificara la guerra de amigos y contactos iraquíes. En septiembre de 2002 estableció la Oficina de Planes Especiales bajo Douglas Feith y Abram Shulsky. Shulsky había escrito una vez un artículo sobre el clasicista y politólogo Leo Strauss (uno de los mentores de Wolfowitz) y sus ideas sobre la recolección de inteligencia. Uno de los conceptos centrales de Strauss es la necesidad de que hombres sabios utilicen “mentiras nobles” transmitidas por “caballeros” menos sabios que ellos mismos a fin de convencer a las masas para que apoyaran cosas que de otra manera no apoyarían (en su insensatez). Probablemente las masas no apoyarían guerras para realzar la seguridad de Israel, de modo que había que encontrar otras razones. En entrevistas confidenciales con periodistas receptivos como Judith Miller del New York Times pudieron hacer que ese material llegara a los medios. Luego, en sus apariciones semanales en programas de la televisión como Face the Nation, citaban esos artículos. La afirmación, basada en documentos falsificados en Italia, de que Níger había vendido uranio a Iraq fue una de las mentiras más atroces. Una investigación del parlamento italiano indica que el neoconservador Michael Ledeen fue uno de los responsables.

La CIA decidió investigar esa afirmación en particular y envió a Joseph Wilson, ex diplomático estadounidense casado con una agente de la CIA, a investigar en la primavera de 2002. Informó que carecía de sentido. A pesar de ello se convirtió en una de las acusaciones centrales de Bush durante su discurso sobre el Estado de la Unión en enero de 2003. Fue inmediatamente desacreditada por el OIEA [Organismo Internacional de Energía Atómica). (Powell no se dejó afectar por el asunto, diciendo que si el informe era equivocado, había sido equivocado.)

En julio de 2003, Wilson contó su historia a la prensa, sugiriendo que el gobierno había utilizado deliberadamente desinformación para justificar la guerra contra Iraq. La oficina extremadamente secreta y poderosa del vicepresidente Cheney se vengó destruyendo la carrera de la esposa de Wilson. “Scooter” Libby hizo que la historia de su identidad fuera filtrada a través de Judith Miller en el New York Times en un artículo que trataba de desacreditar a la pareja. Es un crimen revelar la identidad de un agente. Cuando la pareja inició una acción legal Libby fue acusado en 2005 y condenado por delitos menores en 2007. El tirón de orejas de la sentencia fue inmediatamente conmutado por Bush.

Incluso cuando las mentiras fueron desenmascaradas a fines de 2003 Wolfowitz, Perle, Feith, etc. escaparon a todo castigo (e incluso a una revelación generalizada). Por cierto, se les recompensó con la presidencia del Banco Mundial, apariciones en televisión y profesorados. Habían creado un clima en el cual cualquier oponente podía ser marcado como terrorista y marginado. (Bush incluso se negó a hablar con el dirigente de la Autoridad Palestina Yasir Arafat). El mundo se había hecho más seguro para Israel, y Bush cedió en todos los temas ante el primer ministro Ariel Sharon. Y las muertes de militares de EE.UU. fueron sólo miles. (Como diría Madeleine Albright: “valió la pena”.

Los neoconservadores habían demostrado a su plena satisfacción lo que el actual primer ministro israelí Binyamin Netanyahu dijo a una colona en Cisjordania cuando ella le preguntó si temía a la opinión mundial: “Sé lo que es EE.UU. EE.UU. es algo que puede ser fácilmente movido. Movido en la dirección correcta.”

* * *

Cuando Obama llegó al poder, el gobierno iraquí, instalado en el poder por EE.UU., ya había negociado el acuerdo para la retirada de fuerzas estadounidenses. De modo que todo lo que tuvo que hacer fue ajustarse a ese acuerdo. Eso le permitió escapar a la culpa por esa guerra continua ya que la presencia de tropas de EE.UU. disminuye continuamente siguiendo el programa. (Eso, claro está, podría cambiar.) Y ha escapado en gran parte a críticas por no haber responsabilizado a su predecesor por las mentiras utilizadas para justificar esa guerra. (Quiere ser un unificador, no un divisor. Sólo quisiera que todo eso quedara atrás, que la gente lo olvide y siga adelante).

Podría haber anunciado la retirada de Afganistán, donde los talibanes habían resurgido y donde el régimen central bajo Karzai se había convertido en ineficiente, corrupto e impopular. Podría haber permitido que ese pueblo fuertemente armado que ha estado en guerra durante décadas y sin que al-Qaida permanezca en su medio, arregle por sí solo sus asuntos. Podría haber seguido el consejo de su vicepresidente. Pero Joe Biden no es Dick Cheney en cuanto a influencia. En su lugar, cediendo ante sus generales, escaló dramáticamente el conflicto, expandiéndolo hacia Pakistán. Para aliviar la preocupación por un embrollo interminable declaró que las tropas comenzarían a ser retiradas en julio de 2011. Ahora él y sus generales están echando marcha atrás respecto a ese compromiso.

Reemplazó a un comandante (el general McKierny) por otro (general McChrystal) quien, notando lo obvio –que los bombardeos masivos simplemente producían más enemigos– redefinió la misión como “proteger” a la gente contra los talibanes y facilitar los proyectos de desarrollo.

El problema es que los afganos tienden a ver a los talibanes como sus parientes, si no como sus amigos. Y se dan cuenta de que los imperialistas extranjeros no son capaces de distinguir entre el que es talibán y el que no lo es. Cuando matan a la gente equivocada, piden disculpas e incluso hacen expresiones muy públicas de remordimiento, pero siguen haciéndolo una y otra vez. Pagan a las familias de las víctimas y ofrecen construir carreteras y escuelas, pero ocurre demasiado rutinariamente. No comprenden Afganistán, parecen irrespetuosos e ignorantes, y no debieran estar en ese país.

Un ex presidente republicano de la Cámara, Newt Gingrich, señaló recientemente: “Encaramos una cultura afgana que es fundamentalmente diferente de la nuestra, de maneras que no comprendemos”. Es bastante notable que semejante personaje opine ahora que la guerra “no va a terminar bien”. Todos se vuelven contra la guerra.

Las declaraciones de McChrystal a Rolling Stone sugieren que estaba estresado por una tarea imposible y que realmente quería volver a casa. Los comentarios de Steele sugieren que quiere utilizar el cansancio del público por la guerra para propósitos políticos: “Recordad de nuevo, candidatos federales, ésta es una guerra por elección de Obama. No es algo que EE.UU. haya llevado a cabo activamente o en lo que haya querido involucrarse.”

Hay algo de verdad en esto, evidentemente. Obama decidió convertirla en su guerra. Pero fue algo que EE.UU. llevó a cabo activamente bajo George Bush, produciendo mucho sufrimiento no sólo para Afganistán sino también para Pakistán. Si no había querido involucrarse, fue porque quería ansiosamente invadir Iraq y tenía que llegar a través de Afganistán.

El que los responsables por esas guerras (y las ocultas en Pakistán y Yemen) hayan escapado a un enjuiciamiento al estilo del de Slobodan Milosevic debería disgustar a cualquier persona decena. El que muchos de ellos estén trabajando incansablemente a fin de organizar un ataque contra Irán, con enorme apoyo del Congreso, debería aterrorizarnos.

Y el hecho de que la Guerra Afgana sea ahora la más larga de nuestra historia, sin un fin a la vista, ya que Obama, Joe Biden y sus generales sugieren todos que la disminución del próximo año podría no ser factible, debería encolerizarnos y deprimirnos.

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