Los hermanos Dardenne nunca se van de vacío del Festival de Cannes, donde son de los autores fijos en la sección oficial, y hace dos años se llevaban el Premio al Mejor Guión por «Le silence de Lorna». Con esta película han vuelto a incidir en la problemática de la inmigración, pero enfocándola hacia la procedente de los países del Este y las mafias que venden permisos de residencia a los ilegales mediante matrimonios de conveniencia bajo todo tipo de presiones.
Las películas de los hermanos Dardenne suelen estar localizadas en Seraing, una zona deprimida que conocen bien y en la que sus personajes aparecen como víctimas de la exclusión social. Eso sucede cuando hablan de gente que ha nacido allí y que no ha tenido oportunidad de conocer nada mejor, viéndose encerrada dentro de la dura existencia del extrarradio.
Pero para «El silencio de Lorna» necesitaban otro tipo de escenario urbano más populoso y así se decidieron por Lieja, su ciudad natal. Al contar la historia de una inmigrante que procede de Albania, querían reflejar el choque que supone para una joven educada en una sociedad rural en vías de desarrollo aterrizar en una gran y avanzada metrópoli, donde todo le resulta nuevo y excitante.
Lo que le mueve a la recién llegada es la urgencia por incorporarse cuanto antes al ritmo vertiginoso de una urbe en marcha, y de ahí que su ilusión inmediata sea la de poner un pequeño negocio, un bar que le permita sentirse parte de ese mundo en ebullición en el que se vive la noche con otra intensidad.
Pero la protagonista no tardará en aprender que el precio a pagar por ver cumplido ese sueño va a ser muy alto, tal vez demasiado para ella. Lo que plantean los Dardenne en «El silencio de Lorna» es el dilema moral de una inmigrante que quiere normalizar su situación, y si realmente está dispuesta a pasar por todo lo que haya que pasar con tal de lograr su objetivo, que no es otro que el de progresar partiendo de cero, con la consiguiente necesidad de coger atajos que aceleren su proceso de integración en el nuevo mundo.
- Novia, esposa y viuda.
La película de los Dardenne se presentó al año siguiente de la realización de Ken Loach «En un mundo libre». El veterano cineasta inglés ha sido una vez más el primero en percibir los cambios sociales que se derivan del fenómeno de la inmigración y los negocios, ilegales o legales, que se derivan de la entrada masiva de mano de obra barata en los paises desarrollados europeos. Así, planteaba la figura que el neoliberalismo ensalza con el término «emprendedor», como si la imaginación para buscar alternativas a la falta de trabajo se confundiera con la ausencia de escrúpulos explotadores. Una parada nativa decide crear una empresa de trabajo temporal y no duda en obtener beneficios a cuenta de los inmigrantes ilegales y los contratos basura.
En «El silencio de Lorna» se da una situación similar, puesto que la protagonista se ve implicada en procedimientos mafiosos criminales a cambio de hacerse con el permiso de residencia. La cuestión es saber si conserva su conciencia o, por el contrario, su deseo de obtener la nacionalidad belga y establecerse en el país de acogida podrá más.
La primera parte del plan en el que acepta intervenir no implica responsabilidades criminales, consistiendo en un simple matrimonio de conveniencia, pero la segunda puede convertirla en cómplice de un asesinato, por más que quienes lo planean consideren que la vida de la víctima no valga nada.
La albanesa Lorna acepta tratos con un pequeño mafioso, un taxista que está dispuesto a arreglarle un matrimonio de conveniencia con un ciudadano belga para obtener la nacionalidad. Pero está claro que, además de los papeles, le hace falta el dinero suficiente para montar un bar con su novio albanés. El trato se extiende a otro mafioso mayor, un ruso que también quiere comprar la nacionalidad mediante otra segunda boda, por lo que Lorna tendrá que enviudar nada más casarse con su belga.
A pesar de que Lorna intenta llevar a cabo el doble plan con la máxima frialdad, e intentando autoconvencerse de que el marido que le han buscado es un yonqui con poca esperanza de vida, no podrá evitar encariñarse de él, puesto que, deshauciado o no, es una persona. Sin embargo, la oferta es tentadora, y bastaría con que pareciera una muerte accidental, mediante una sobredosis inducida.
- Una actriz kosovar.
Los hermanos Dardenne lo tenían difícil para encontrar a su Lorna, que debía de ser interpretada por una actriz desconocida en Occidente, pero, aun así, con cierta experiencia en su país de origen. A tal fin hicieron pruebas de selección en las ciudades de Tirana, Pristina y Skopke. La elegida fue una actriz kosovar llamada Arta Dobroshi, a la que ya habían visto en dos películas de producción albanesa, por lo que tenían una doble percepción de sus posibilidades reales para dar con el papel de chica inmigrante.
Lo más increíble de Arta Dobroshi es que responde fielmente al perfil de antiheroína de las otras jóvenes vistas en el cine de los Dardenne, sin que se diferencie mucho de la Émile Dequenne que protagonizó «Rosetta». Aparece igualmente como una joven de belleza indómita, de acuerdo con una naturaleza rebelde y endurecida, la de una precoz superviviente impulsada por una rabia generacional, perfectamente comprensible dentro de un entorno oscuro y marginal.
En el caso de Arta Dobroshi los rasgos diferenciales salen a relucir a causa del choque cultural y de las dificultades idiomáticas, porque del mismo modo que tiene que volverse belga a marchas forzadas ha de adaptarse a los usos francófonos y disimular su marcado acento del Este. El cuidado aspecto lingüístico contituye la riqueza de un cine europeo que refleja la realidad de la multiculturalidad, y que es maltratado por los distribuidores en el Estado español. Películas como «Le silence de Lorna» no admiten doblajes neutros, en los que todo el mundo habla un parecido tipo de castellano, sin que los falsos acentos sirvan para distinguir las diferentes procedencias de los personajes.
Las películas de los hermanos Dardenne deben ser vistas en versión original y más aún una sobre inmigración, ya que por su realismo no admite posteriores manipulaciones en las salas de doblaje, las cuales deberían estar prohibidas por atentar contra la cultura.
- CANNES.
Habituales del Festival de Cannes, los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne han ganado ya dos palmas de Oro («Rosetta», 1999, también premio de interpretación femenina; «El Niño», 2005), un premio de Interpretación masculina («El hijo», 2002) y recientemente el premio al mejor guión con «El Silencio de Lorna (2008)».
Estreno
Dirección: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne.
Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Olivier Gourmet.
Fotografía: Alain Marcoen.
País: Bélgica, 2008.
Duración: 105 minutos.
- Los hermanos Dardenne empezaron como documentalistas.
Jean-Pierre nació en 1951 y su hermano Luc tres años más tarde. Siempre han vivido entre Lieja y Seraing, dentro de la Bélgica francófona. Pertenecen a una familia obrera y conocen muy bien la vida en los extrarradios. Fueron discípulos de Armand Gatti y en la década de los 70 ya formaron su propia compañía de documentales, la productora independiente Dérives.
En 1987 decidieron probar con la ficción de la mano de Jean Gruault, guionista de Truffaut, quien adaptó para ellos una novela de René Kalisky. «Falsch» resultó sorprendentemente artificiosa y teatral, nada que ver con su posterior trayectoria. Con su segundo largometraje la decepción fue todavía mayor, porque en «Je pense a vous» no tuvieron el control de la realización y acabaron renegando de la película.
Les costó encontrar la conexión entre su etapa documental y la de ficción, hasta que dieron con las claves del docudrama en «La promesa», título clave con el que en 1996 obtuvieron la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid. Una vez dominada la fórmula podían ya trabajar con actores no profesionales sobre realidades concretas, lo que hicieron en «Gigi, Monica...et Bianca», con la que ganaron el Premio del Cine Europeo al Mejor Documental, por su convincente incursión en la vida de los niños de la calle rumanos.
El largo idilio entre los hermanos Dardenne y el Festival de Cannes empezó en 1999 con «Rosetta», película que se hizo con la Palma de Oro. Supuso la consolidación de su cine social de denuncia, volcado en el interés por los personajes marginales, aquellos de los que las películas convencionales nunca se acuerdan, pues su vida es miserable y carece de emociones más allás de las que encierra la dura supervivencia diaria en condiciones extremas.
Tres años más tarde volvían a Cannes con «El hijo», y aunque la recompensa recibida fue en esa ocasión para Olivier Gourmet como Mejor Actor, lo cierto es que son muchos los que la consideran la gran obra maestra de los Dardenne, debido a la valentía con la que aborda el tema de la rehabilitación de un delincuente menor a través de la comprensión del padre de su víctima mortal. Hace cinco años conseguían de nuevo la Palma de Oro, gracias a «El niño», donde plasman con crudeza las dificultades de los jóvenes sin medios económicos para salir adelante en una sociedad clasista que fomenta la exclusión para que los ricos sigan siendo más ricos.
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