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viernes, 30 de julio de 2010

A dios rogando y contra la razón dando (Coral Bravo)

El pasado día 25, en la celebración religiosa que conmemora el año Xacobeo, el Rey ha realizado en la catedral compostelana la "Ofrenda Nacional al apóstol Santiago", una costumbre que, como ha recordado el monarca, mantiene la corona desde 1.643, y que el Rey hace en nombre del país en cada uno de los llamados "años jubilares".

El monarca pidió en su intervención al Apóstol que ayude a España a resolver cuanto antes la grave crisis económica y “sus duras consecuencias para millones de personas y familias. Le pidió igualmente que nos ayude a los españoles a “promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto mutuo, el amor, la justicia y la equidad para reforzar los pilares de nuestra convivencia y libertad en torno a las reglas que nos hemos querido dar”.

Por su parte, el arzobispo de Santiago, en su homilía, proclamó que los gobernantes tengan “fortaleza, generosidad y constancia en la búsqueda del bien común y de la renovación ética y moral de la sociedad”. Igualmente resaltó que “no hay lugar para el conflicto entre la ley divina y humana” y subrayó que “el respeto por la dignidad de la persona debe ser la norma inspiradora del progreso social, económico, cultural y científico”.

Realmente aplaudo las palabras, que parecen sinceras, de don Juan Carlos apelando a la defensa del pluralismo, el consenso, el diálogo y la tolerancia, aunque fueran emitidas en un acto confesional que no representa, en absoluto, a todos los españoles. Palabras sinceras que, sin embargo, enunciadas como una exhortación a un apóstol del siglo I (que aparece en la iconografía mundial, con espada en mano, como símbolo de la persecución a los sarracenos), no parecen muy racionales ni muy lúcidas, sino más bien producto del apego a supersticiones que no creo que sea propio de una sociedad democrática del siglo XXI.

Las palabras del arzobispo de Santiago me parecieron muy bien elegidas. Efectivamente, la fortaleza, la generosidad y la constancia en la búsqueda del bien común son fundamentales en cualquier dinámica social y política de toda sociedad moderna y civilizada. Espero que el PP tome buena nota de ellas. Sin embargo, hace tiempo que percibo que el eufemismo parece protagonizar muchas arengas, y que las palabras pueden disfrazar muy bien el contenido real de muchos discursos. El bien común pronunciado desde determinados ámbitos quizás no tenga como referente real el bien de todos, sino exclusivamente el propio.

Y, en cualquier caso, no creo que sea el apóstol Santiago, o su representación simbólica, el destinatario idóneo para estos ruegos y súplicas. La crisis económica es producto de actuaciones humanas, que no divinas; en concreto es consecuencia de la perversa gestión neoliberal de personajes que, como Bush, Aznar, Blair o Berlusconi (por cierto, en alianza con los sectores religiosos) hicieron políticas basadas en la ponderación indiscriminada del beneficio económico, despreciando los valores democráticos, e ignorando a los ciudadanos y a sus derechos. Es justamente el refuerzo de esos valores democráticos y el control de los mecanismos económicos y financieros, junto al rechazo de cualquier fundamentalismo económico, ideológico o religioso, lo que nos puede alejar de la crisis.

En cuanto a la posible compatibilidad entre la ley divina y humana, creo que, a estas alturas, para las personas racionales y que se hayan informado bien sobre historia y religiones, sobran las palabras. Los homosexuales son humanos y se les sigue pretendiendo acotar derechos. La enseñanza en la escuela de los Derechos Humanos, de la defensa del pluralismo y de los valores democráticos sigue siendo objeto de un ataque encarnizado. Los avances científicos siguen siendo demonizados. La convivencia pacífica, tolerante, plural y dialogante sigue siendo ninguneada por los ámbitos religiosos y sus tentáculos políticos. La libertad de conciencia, la racionalidad y el librepensamiento siguen siendo ignorados. Y la aconfesionalidad del Estado sigue siendo vulnerada.

Quizás convenga recordar que el humanismo y la razón desplazaron hace muchos siglos a los idearios mágicos que suelen ser sustento ideológico de los regímenes fundamentalistas y totalitarios. Y quizás convenga igualmente recordar que en un Estado de Derecho las creencias religiosas forman parte del universo personal de los ciudadanos, y que es la luz de la razón la que debe guiar al Estado contra la ignorancia, la superstición y cualquier forma de tiranía, ya sea humana o divina.

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