Cuatro años de calma en la frontera norte de Israel eran ya demasiados y un árbol encendió de nuevo la chispa. Según la ONU, la culpa la tuvo Líbano, porque el árbol se encontraba en territorio israelí; poco después, el ministro de Defensa hebreo, Ehud Barak, salió en la televisión asegurando que "hemos respondido de una manera rápida, equilibrada y justa, y ahora queremos que nuestros ciudadanos tengan un verano tranquilo".
Pero, a juzgar por los precedentes, se podría pensar que Barak tiene una extraña forma de preparase las vacaciones, si lo que espera de ellas es que sean tranquilas. Desde hace meses, fuerzas israelíes se encuentran estacionadas en la frontera libanesa sin motivo aparente, causando tensiones, que se recogen en el último informe de Naciones Unidas sobre la zona, y provocando el despliegue de varias patrullas libanesas en el lugar. Una vez la tensión ha sido creada, Israel decide ir a talar árboles en la zona más controvertida de la frontera: aquella en la que el trazado de la línea azul no concuerda exactamente con el recorrido de la verja. El día anterior, en una reunión con la Finul (Unifil, por sus siglas en inglés), tanto el Ejército libanés como los destacados de Naciones Unidas en la zona pidieron a Israel que pospusiera estos trabajos, arguyendo que era un momento delicado y el comandante de la Finul se encontraba en otro país. Pero para Israel, que ha burlado ya decenas de resoluciones de Naciones Unidas, ¿qué es un consejo de la Finul? Pasadas un par de horas, el Ejército hebreo reanudaba el trabajo.
- La conflictiva "línea azul".
Tras mirar detenidamente el recorrido de la línea azul en un mapa se descubre que, técnicamente, el árbol estaba en zona israelí, a pesar de estar en el lado norte de la verja. Pero, al margen de papeles firmados y líneas divisorias, una verja es una verja e Israel es el que mejor lo sabe: cuando un civil gazaui se acerca lo más mínimo a la separación que marca su frontera (dentro de su propio territorio) se le dispara a matar sin preguntar. Y la verja o muro de Cisjordania ni siquiera se construyó sobre la línea verde (frontera reconocida por la ONU). Aún así Israel obliga a los palestinos a respetarla.
Desde que Benjamin Netanyahu llegó al poder gracias a una coalición múltiple con los partidos más a la derecha del espectro político de Israel -quienes se oponen firmemente a realizar la más mínima concesión a los palestinos y a mover un solo asentamiento de su sitio-, sabía que una guerra contra un enemigo común era lo único que podía asegurarle una legislatura completa en el poder, puesto que ceder a las presiones de Barack Obama y la comunidad internacional y mantener al mismo tiempo contentos a sus compañeros del ejecutivo era algo totalmente incompatible.
El gobierno israelí ya jugó con la tensión fronteriza a principios del presente año, sobrevolando el espacio aéreo libanés. Entonces Hasan Nasralá, líder de Hezbolá, apareció en la televisión el 16 de febrero, día de la Lealtad de los Mártires, enviando un mensaje a Israel: "No queremos la guerra porque queremos tranquilidad para nuestra gente, pero estamos preparados para recibirla; si atacáis Dahiyeh (sur de Beirut), nosotros alcanzaremos Tel Aviv; si atacáis el Aeropuerto Internacional del mártir Rafiq Hariri en Beirut, nosotros atacaremos vuestro aeropuerto de Ben Gurión en Tel Aviv". En Palestina, Nasralá, al margen de su ideología, es respetado porque "lo que dice lo cumple". Allí todos recuerdan cómo, durante la guerra del verano de 2006, Nasralá aparecía en televisión anunciando los próximos movimientos de sus milicias, y todo se cumplía según lo había narrado. De hecho, los palestinos creen que fueron esas palabras de Nasralá las que hicieron desistir de sus propósitos a Israel en ese momento.
- Encender la llama.
El ejecutivo hebreo puso su mirada entonces en Cisjordania. Analistas locales aseguraban en marzo que Israel trataba de encender una tercera intifada; no había otra forma de entender los concentrados ataques a los palestinos: declaraciones hirientes, restricciones aún más severas en los movimientos -especialmente en los lugares sagrados-, represiones brutales de las manifestaciones pacíficas, cierres de fronteras aleatorios, instalación de bases militares sobre tierras de cultivo confiscadas, expulsiones de palestinos en Jerusalén en beneficio de los colonos ultraortodoxos… Salvo algunos disturbios aislados, la apatía palestina, fruto de experiencias infructuosas pasadas, fue la reacción general. Gaza tampoco era una opción atacable, puesto que el Informe Goldstone todavía coleaba en la opinión internacional, así que los planes de cara al verano "tranquilo" de Barak se quedaron en stand by.
Hace una semana, Netanyahu declaró, sin demasiado bombo, que estaba preparado para mantener negociaciones directas con los palestinos. Casualmente, y sin dar tiempo a protestar a sus compañeros de coalición, el Ejército israelí decide saltar la verja libanesa, consciente de la tensión, para arrancar un árbol. Entonces Netanyahu convoca a todos los medios y, ahora sí, se asegura de que su mensaje llegue a sus destinatarios -siempre, como no, desde la perspectiva de la víctima-: "No pongáis a prueba nuestra determinación para defender a nuestros ciudadanos" y "quiero dejar claro que señalamos al Ejército libanés y a Hamás como responsables de la provocación violenta llevada a cabo contra nosotros. (…) A quien dispare contra ciudadanos israelíes, lo encontraremos y lo golpearemos más fuerte".
Pero algo ha sucedido al margen de las intenciones de Israel: por primera vez Hezbolá, en lugar de responder a la provocación de manera independiente y arrastrar a todo el país con él, ha dado orden a sus milicias de contenerse, ha felicitado al Ejército libanés por su acción y se ha puesto bajo sus órdenes. Esto ha sido lo más sorprendente, pero no lo único: grupos tan dispares como los musulmanes suníes y los cristianos han apoyado firmemente la reacción del Ejército libanés. De pronto, la tala de un árbol por parte de una patrulla israelí ha conseguido lo que una de las guerras civiles más largas y sangrientas del último siglo no pudo, que todas las facciones del difícil mosaico libanés, incluido Hezbolá, se unan alrededor de su Ejército nacional para trasladar un único mensaje a Israel: "No cederemos ni un centímetro de soberanía". En 2006, Israel arguyó que combatía a los terroristas de Hezbolá. Pero ahora, si decide proseguir adelante con sus planes, deberá entrar en guerra con la República del Líbano, y esto sí que quizá consiga nublar el soleado verano de Ehud Barak.
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